...Y entonces jugarán el lobo y el cordero

miércoles, febrero 23, 2011

Mi cama es uno de los lugares más seguros para mí, al menos cuando estoy despierta; sin embargo, cuando me entrego a los brazos de Morfeo cualquier cosa puede suceder, desde volar hasta estar muerto. Los sueños pueden ser increíblemente extraños, en ocasiones producto de nuestro subconsciente y en otras simplemente historias que nos gustaría vivir o no. Hace tiempo, quizá dos años, tuve un sueño que me gustaría recordar a detalle e incluso poderlo vivir.
Me encontraba en un campo, el pasto estaba podado a la perfección y en impecable estado, un lugar casi perfecto. A lo lejos podía ver una construcción con varios pisos,  de piedra color negro, como los castillos de la época medieval; puertas y ventanas con marcos de madera;  ventanas pequeñas, grandes y un par de vitrales. Junto a esta construcción se encontraba otra más pequeña con características similares, era como un almacén.
Mientras más caminaba hacia la casa, me daba cuenta de que no estaba en un terreno plano, sino en un campo lleno de colinas. Mi destino parecía estar muy cerca al principio, pero al verme parada en la cima de una colina, me di cuenta de que estaba aún muy lejos. Seguí caminando por el mismo césped  perfecto, sin árboles, sin flores. Me encontraba en un lugar casi intacto, lo cual despertó mi curiosidad y aumentó mis ganas de llegar a esa construcción que contrastaba con su derredor.
Al fin vi más de cerca la casa, aunque  a medida que me acercaba comenzaba a verla más como una mansión que como una simple casa. Pasé primero por el inmueble más pequeño sin prestarle mucha atención. Al seguir caminando pude distinguir algo poco común y que no pude distinguir de lejos: una alberca. Lo curioso de ésta, además de su ubicación a media colina, es que estaba llena de pelotas de plástico de colores como las que tienen los juegos de niños pequeños.

En algún momento recordé que había gente que me acompañaba, al parecer eran mis amigos aunque no reconocí a ninguno al despertar. Todos caminaban por lugares diferentes y platicaban entre ellos acerca de lo extraño y a la vez fabuloso del lugar, yo sólo observaba. Tanto la mansión como lo que parecía ser el almacén tenían una barda baja y unas escaleras que conducían a la puerta, ambas eran de piedra.
Mientras los demás admiraban el paisaje yo subía una última loma, muy pequeña pero que me llevaba a mi último objetivo: la enorme mansión. Se veía realmente imponente desde abajo y por si fuera poca mi impresión, el Sol se ocultaba detrás de la cumbre y brindaba un paisaje digno de un sueño.


Antes de que pudiera llegar a la puerta de la casona, salió por detrás del monte un león. El ocaso le daba un aire dramático a mi situación pero no recuerdo haber sentido miedo ante la amenaza que representaba el enorme felino, simplemente lo miraba. No importándome el sentido común ni el instinto de supervivencia me acerqué al que parecía ser el guardián de la residencia. Él simplemente me observaba  y  como si no hubiera nadie, el animal siguió  su camino y corrió cuesta abajo.
Al seguir con la mirada el rumbo del león, me di cuenta que no era el único, había un par más cerca de la piscina, por donde se encontraban mis amigos; los tres guardianes parecieron poco sorprendidos por nuestra visita o al menos indiferentes.
Tomada de forodefotos.com
Quedé inmovilizada por un momento pero recordé que iba camino hacia la puerta y subí los escalones de roca hasta llegar a la puerta de madera. Parecía pesada y muy ancha pero lo más interesante es que tenía un antiguo llamador con una cabeza de león. Estaba increíblemente limpio, bien pulido y tan cuidado como si alguien hubiese pasado horas limpiándolo.
Al lado derecho de la puerta había una placa de algún metal que tenía una pequeña frase que decía: “…Y entonces jugarán el lobo y el cordero”. La frase tuvo algo de sentido cuando recordé que el león, al verme, no hizo nada y siguió su rumbo. Después de contemplar la placa un momento, decidí tomar la argolla metálica y justo antes de llamar a la puerta…