Un argumento a favor de Laguna Verde, Veracruz.
En un afán por encontrar alternativas para la creación de energía que no incluyan restos fósiles, los físicos y químicos han echado a volar su imaginación y puesto en práctica sus conocimientos para traer al mundo una alternativa. Un ejemplo son las plantas nucleares. Esta nueva propuesta ha sido aceptada, para bien o para mal, por muchos gobiernos en el mundo, incluyendo el mexicano.
Ante la alerta mundial por la catástrofe en Fukushima el pasado 11 de marzo, muchos países han buscado la forma de resolver los problemas en sus plantas nucleares e incrementar los elementos de seguridad planteados por la Asociación Mundial de Operadores Nucleares (WANO por sus siglas en inglés). A pesar de esto, México se encuentra entre los países que deciden pensar que todo está bajo control y no hay por qué temer.
Hasta el momento la WANO y la Agencia Internacional de Energía Atómica han dado el visto bueno al único centro nucleoeléctrico del país: Laguna Verde. Esta planta se encuentra en el municipio Alto Lucero de Gutiérrez Barrios, Veracruz. Cuenta con dos reactores; el primero fue abierto en 1990, tras 13 años de construcción y la segunda fue abierta un año después.
Veracruz, a diferencia de las costas de Guerrero, no presenta grandes riesgos sísmicos, por lo que se ha considerado pertinente mantener un reactor nuclear en esta parte del país. También cumple con las normas generales que requiere un centro nuclear de fisión como este: encontrarse en una zona con actividad sísmica poco frecuente y debe estar ubicada cerca del mar.
A pesar de que nuestro país es altamente sísmico, Veracruz no se encuentra en una zona de choque de placas tectónicas como es el caso de Guerrero o Baja California; además se encuentra en una zona que no es muy propensa a maremotos ya que la península de Florida, la península de Yucatán y Cuba disminuyen la fuerza de las olas y de haber algún movimiento sísmico en Océano Atlántico sería muy poco probable que la marea afectara estos lugares.
Asimismo es una zona poco sísmica comparada con otros lugares de la República Mexicana y aunque se encuentra en la zona que junta a la Sierra Madre Oriental con el Eje Volcánico Transversal, los accidentes geográficos son leves. Según el Servicio Meteorológico Nacional, no se han reportado sismos mayores a 6 grados en escala de Richter desde 1998, lo cual habla de una zona sísmica que no sufre movimientos violentos constantes y por tanto, puede ser segura para una central de fisión nuclear.
El problema, creo, no es la posición geográfica de una planta de energía como esta, sino el uso que se le pueda dar y la desidia típica de los seres humanos que podría desencadenar un accidente sin precedentes para México.
Después del terremoto de 1985, la población mexicana tomó consciencia del lugar en el que vivían e implementó un plan nacional de emergencia así como simulacros en escuelas y empresas, públicas y privadas de todos los niveles para evitar un desastre como el del 85. No obstante, generaciones posteriores a este año, ven el terremoto como algo lejano, como una forma de perder el tiempo o burlarse del famoso No corro, no grito, no empujo y hacen rabiar a los maestros porque no hay seriedad en el asunto. Simplemente no ha sido su realidad.
Incluso el Secretario de Protección Civil del Distrito Federal, Elías Miguel Moreno ha declarado que no hay una cultura de protección civil bien cimentada fuera del Distrito Federal, y me atrevo a decir que ni en éste último está “bien cimentada”. Lo mismo pasa ante una catástrofe nuclear como Fukushima, no ha sido una realidad cercana, por lo cual es posible que no se le dé la relevancia necesaria y pronto quede en olvido.
Bajo mi perspectiva, las plantas nucleares de fusión o fisión son un beneficio ya que no producen grandes cantidades de contaminación que producen efecto invernadero o lluvia ácida aunque a la larga, la contaminación radioactiva también afecta. Lo que por el momento nos queda, es hacer consciencia de lo que nos puede pasar y echar nuestras barbas a remojar : dejar la desidia de lado, implementar mejores medidas de seguridad dentro y fuera de los reactores, acercar a la sociedad mexicana a la física nuclear y buscar alternativas ecológicamente sustentables para vivir, o más bien, sobrevivir.